Llevábamos meses así, midiéndonos y retándonos con la
mirada, eso sí siempre desde nuestras respectivas cajas de metacrilato. El
tiempo fue testigo y aliado en la transformación paulatina de nuestra relación,
y poco a poco, aun confinados, empezamos a hablarnos, sonreírnos, disfrutarnos,
excitarnos… siempre coartados por los límites físicos de nuestros propios obstáculos. Aun desconocíamos el olor y el sabor de la atmósfera del otro, la
temperatura de nuestros cuerpos y la
textura de nuestras imperfecciones. Por primera vez empezamos a jugar conforme
a unas reglas que nos eran desconocidas, focalizamos nuestra energía, en vez de
para atacarnos y demostrar quién superaba a quién en altanería, en destruir
nuestras barreras y en cierto modo a nosotros mismos, al menos esa parte que no
nos dejaba ir más allá, que nos impedía arriesgarnos y dejarnos caer al vacío
de las posibilidades.
Todo quebró con la certeza de que vivíamos en cajas
herméticamente selladas, irrompibles. Todo lo que hasta entonces
teníamos se volvió insuficiente. La certeza de que éramos iguales imposibles,
incompatibles, nos impedía continuar juntos. Así con una última mirada como
preámbulo, cogió su caja y cargando con ella y con todos sus reflejos y
destellos dorados se marchó. Dejándome sola en el salón, oyendo como los ecos
de sus pasos se apagaban al tiempo que las paredes de mi caja engordaban, para
no dejarme ver a través más que luces y sombras.
Relato inspirado por una imagen del proyecto de la Cámara de escribir. Publicado por primera vez en: http://lacamaradeescribir.wordpress.com/2012/02/17/feb-006/
Relato inspirado por una imagen del proyecto de la Cámara de escribir. Publicado por primera vez en: http://lacamaradeescribir.wordpress.com/2012/02/17/feb-006/
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