-De repente todo se tornó
complicado. Esa, no la llamaré felicidad, pero sí calma de fácil acceso, que
respondía a pequeños factores sin excesiva importancia, tales como la llegada
del buen tiempo, el olor a magdalenas recién horneadas, encontrarle formas a
las nubes, o el simple hecho de recordar una canción que hacía tiempo tenía
aparcada en un rincón de mi cabeza, antes me sacaban una sonrisa, que podía
llegar a durar todo el día; pero de pronto, sin previo aviso, todo se volvió
insuficiente, y el sosiego que estos pequeños regalos de la vida me provocaban
desapareció para, en su lugar, no dejar más que preocupaciones. Supongo que me
tocaba dar ese paso que muchos llaman madurar, como si de algo positivo se
tratara, y que desde mi personal punto de vista, no es más que una verdadera
fulanada, con las respectivas escusas por el término. Pero ¿a quién vamos a
engañar?, madurar es algo que nadie decidiría hacer de “motu propi”, ya que ¿acaso
no se vive mejor sin el peso de las atrocidades que comporta la vida adulta?
Supongo que eso es lo que más me irrita, que no se me diera la oportunidad de
elegir. Seguramente será porque soy una inexperta por estos mundos, pero no
tengo ni idea de cómo proceder, me siento perdida. Irónico, que esta sea la
única sensación que conservo de mi vida anterior, la confusión, no saber a
dónde voy, ni que quiero hacer ni mucho menos cómo conseguirlo; sólo que ahora
le acompaña la incómoda certeza de que estos problemas de adolescente ya no
deberían existir, o que al menos habrían de estar escondidos tras una falsa
apariencia de adulta seguridad en mis decisiones. El caso es que durante un
tiempo me resistí a crecer, e hice lo único que se podía hacer en una situación
tan desesperada como la mía: mirar para otro lado y fingir que la alargada
sombra de la responsabilidad no me afectaba. Todo esto solo se tradujo en más
angustia, y ni rastro de la barata felicidad de
mi juventud. Ah, porque eso es otro tema, en este mundo no existe nada
barato, y digo barato, porque los conceptos altruismo y gratuidad, ni siquiera están
en los diccionarios, todo hay que pagarlo y nunca es suficiente… total que, ¡más
angustias a la espalda! Así que por muy férreamente convencida que me halle a
no crecer, la vida no me ofrece alternativa, entonces ¿qué opción me queda, mas
que quedarme en la cama hasta el fin de los tiempos?
Laura
llevaba media hora escuchando mis divagaciones, con alguna que otra cara de
resignación, ya que mal que me pese no era la primera vez que le soltaba tamaña
monserga, y como me conocía como si me hubiese parido hizo lo que hay que hacer
cuando me levanto en plan “ Against the world”, que básicamente es no hacerme
ni puñetero caso.
-¡Cada día estás más agilipollada! Anda deja de decir
sandeces y levanta el culo de la cama, que aun me harás llegar tarde a mí…
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