miércoles, 30 de enero de 2013

No podrán conmigo por mucho que lo intenten

Otra vez choco contra la misma pared.

Otra vez el sabor metálico de la sangre surgiendo a borbotones de una herida fresca, que todavía tardará en cicatrizar.

Otra vez sola ante la misma frustración, vacía, seca.

Pero no es suficiente para arrastrarme al abismo, porque por muy en el suelo que esté, siempre resurjo más fuerte, dura y fría.

Y ante tal realidad solo advierto, que nunca podréis conmigo, porque siempre tengo algo más guardado en la recámara.

domingo, 13 de enero de 2013

Mirar sin ver



Me miro al espejo, eso es fácil, lo he hecho cientos de veces. Me miro, observo, anoto mentalmente cuanto detalle pueda observar, pueda marcar mi rostro, hacerlo característico, único, mío. Después de un rato, me aventuro ante el papel en blanco: primero encajes sin mirar el bloc, aun estamos dentro de lo fácil, ahora soy yo el modelo y sin dejar de mirarme voy trazando diversos apuntes de este primer reconocimiento. Ojos, nariz, boca, esto no es más que una escusa para seguir mirando. Me veo en conjunto y me reconozco, pero cuando voy parte por parte, mis ojos me son ajenos, la forma de mi nariz no me representa y la mueca de mi boca me es extraña, ¿cómo puedo ser yo y dejar de serlo al mismo tiempo? 

Saco punta al lápiz, y me aventuro a un croquis más detallado, primero el ojo, sube un poco, aguanta la curva para finalmente bajar abruptamente y formar el lagrimal. Dibujo y vuelvo a mirar. Continuo así durante toda la geometría de mi faz, no me detengo a pensar en cómo está quedando el resultado, aunque tengo la absoluta certeza de que no reconozco el rostro que estoy desvelando a cada trazo.  Efectivamente, no encuentro nada de mí en este dibujo, ¿cómo puede ser? A lo argo del curso, siempre ha existido ese aire en los dibujos, que si no se parecían a sus modelos, permitía un reconocimiento de tal. Pero ahora, nada, desde la celulosa me observa una cara que me es indiferente.

Más estudios, apuntes, y siempre lo mismo. Busco razones y le echo la culpa a los cambios de posición de mi cabeza entre el período de observación y el de dibujo. Para solucionar esto, pego el papel al espejo, así podré mirar y dibujar sin la fastidiosa necesidad de bajar la cabeza. Cambio de técnica, saco el carbón, empiezo. Estoy cerca del papel, demasiado cerca, pero no me doy cuenta hasta que no acabo, tomo distancia y la perspectiva me desvela un rostro deformado por el escorzo y la proximidad. Prácticamente un 1:1 que no es natural. Repito, esta vez lo intento de frente, busco controlar mis movimientos al máximo, no permitirme cambiar la posición de la cabeza. Me tenso, me está costando acabar. Finalmente termino, y de nuevo esa sensación de observar a una extraña, que para colmo, resulta excesivamente masculina, no soy yo. Último intento, vuelvo al lápiz, la herramienta que controlo mejor, y también al escorzo, una mirada traviesa, de lado se va materializando bajo mi grafito. Al finalizar, sigo sin ser yo, aunque para ser justos, es lo más cerca que he estado. 

Yo me conozco por dentro, llevo años estudiándome, analizando mis reacciones, mis pensamientos, mis deseos y anhelos, incluso mis celos y vanidades, todo para que nunca haya alguien que me conozca mejor de lo que lo hago yo, para que mitigar mis defectos en medida de lo posible, o al menos ser consciente de ellos, pero también serlo de mis virtudes. Y en este proceso de autoconocimiento, ¡¿he pasado por alto mis rasgos faciales?! Lo sé, los antimaterialistas, pensarán que eso no es lo importante, que lo verdaderamente importante es el interior. Sí, ya, pero dejando a un lado lo políticamente correcto, ¿cómo podemos cuidar nuestro aspecto, dar una imagen al mundo, si no sabemos cómo somos en realidad? Como elegir esos valores y ese estilo que creemos nos representan, si no podemos describirnos, si no nos conocemos. Porque en eso que dijo Einstein una vez “no entiendo lo que no soy capaz de dibujar” yo creo férreamente, y lo defenderé hasta la muerte, luego: no me entiendo. 

Y ¿cómo puede ser? Llevo 22 años mirándome al espejo, soy la primera en detectar las pequeñas imperfecciones propias de vivir, un granito, una mancha, o un nuevo lunar antes que nadie. Me lavo los dientes tres veces al día delante de un espejo, me peino, me seco el pelo, a veces hasta me lo aliso, incluso he bailado y cantado delante de la fría lámina de metal, y aun así no sé identificar mi rostro. Este es el defecto de mirar sin ver, y este curso he aprendido que eso es lo que hacemos de primeras todos. Pasamos por la vida mirando sin ver, y yo hoy que soy consciente de esta realidad, me pregunto ¿cuántas cosas nos habremos perdido por no ser capaces de observar, de hacerlo de verdad? 

Mi objetivo de ahora en adelante, es aprender a ver, o al menos intentarlo, empezando por mí, de modo que si algún día me cruzase conmigo misma, pudiese tener la capacidad de extrañarme ante tal suceso. Ya que creo que si tamaña incongruencia pudiese ocurrir, la inmensa mayoría de nosotros no seríamos capaces de darnos cuenta, y pasaríamos ante nuestro reflejo sin inmutarnos, o con tan solo los resquicios de una vaga familiaridad.

sábado, 5 de enero de 2013

Sí pero no, bueno no sé



  Miradas perdidas en el mar de cientos de amargos recueros, que son tus ojos; acuosos pozos, tendentes a la sequía, no por falta de ganas, sino de fuerzas, que riegan cristalinos deseos de amor, ¡qué digo!, de cariño que es más barato y ensucia menos.

  En el fondo no quieres nada que yo no quiera; pero ansias algo que no puedo darte. ¿Complicado? ¡qué va!, en tal caso algo rebuscado, porque todo esto no son más que maniobras de estratega para guardar bajo llave eso que tú quieres y no quiero darte; porque me da miedo; porque me horroriza el dolor de perderte aun y cuando nunca te he tenido; y lo peor es que es porque yo no he querido darte la combinación de la caja que escondo bajo mi cama; y que convive con el polvo que deja tu ausencia a mi lado.