Hoy he
visto el primer partido de hockey desde que me retiré hace 4 años. Una
selección absoluta en la que si nada hubiese cambiado, habría luchado con
dientes y garras por entrar… Caras con las que he compartido victorias,
derrotas, descensos y medallas. Pero todo cambió y, aunque no me arrepiento de
nada, y sigo pensando que abandonar los campos fue la mejor decisión que pude
haber tomado. Hay veces que… ¡ay!...veces en las que el gusanillo arrampla por dentro y
quiere explotar y arrasar con todo. Porque el hockey me hizo un regalo que fue al mismo tiempo
lo más grande y la mayor putada. Me enseñó lo que se siente al llegar a finales. Lo que se siente al ganarlas aunque puede que más, no nos vamos a engañar, al
perderlas. Pero sobre todo, por encima de todo me enseñó lo que se siente al
saber que eres muy bueno en algo, no el mejor, eso siempre se lo dejé primero a
Dios y sus discípulas, de quién algún banquillo tuve el honor de calentar. Pero
esa sensación de poder que te da el saber que eres bueno y el qué que hagas un
mal partido o una cagada no te lo pueda quitar, eso es como fuego por dentro. Es
mágico.
El problema viene cuando sales de eso, cuando te conviertes en un ser
humano normal y corriente, en uno más… Cuando ya no eres grande y ese fuego que
nadie ve se ha extinguido. Es entonces cuando buscas, buscas con muchas fuerzas
y en todos lados algo que te devuelva ese poder, pero no siempre se es bueno en
más de una cosa…
Yo abandoné algo que me proporcionaba esa satisfacción, y
desde entonces he intentado llenar ese vacío con lo que fuese, adrenalina,
frikismo, lo que fuese… La escalada, el surf, el dadá, el diseño de muebles, y
últimamente el triatlón. Todas esas actividades me apasionan, me aportan algo
que no tenía antes de practicarlas, pero no son capaces de llenar ese vacío. Sé
que el triatlón jamás me hará volver a sentir aquello, por mucho que entrene
todos los días y aunque me lo tomase muy en serio, en serio de verdad, como era
el hockey en su momento, nunca llegaré a sentir aquello. Porque no soy rápida
corriendo, ni nadando, ni en bici, y aunque si es verdad que aún tengo mucho
margen de mejora, no seré capaz de cambiar mis genes, porque durante 21 años
entrené a mi cuerpo a tener velocidad de reacción y reflejos y movilidad de
pies, no lo moldeé para ser veloz corriendo, ni nadando, ni resistente a la
fatiga y hoy ya es muy tarde. Cada fruto requiere mucho más esfuerzo, es casi
imperceptible, y lo peor es que a mí esos segundos arrancados al crono, me
saben a muy poco, porque yo ya sé lo que hay al otro lado y nunca me
caractericé por conformista. Frustración, mucha frustración. No por el
triatlón, sabía a lo que me enfrentaba cuando me metí en este fregao, no, más
bien porque siento que ahora me pasaré la vida buscando algo que no sé si seré
capaz de encontrar de nuevo, la excelencia.