jueves, 18 de junio de 2015

La excelencia, esa perra quimera...



Hoy he visto el primer partido de hockey desde que me retiré hace 4  años. Una selección absoluta en la que si nada hubiese cambiado, habría luchado con dientes y garras por entrar… Caras con las que he compartido victorias, derrotas, descensos y medallas. Pero todo cambió y, aunque no me arrepiento de nada, y sigo pensando que abandonar los campos fue la mejor decisión que pude haber tomado. Hay veces que… ¡ay!...veces en las que el gusanillo arrampla por dentro y quiere explotar y arrasar con todo. Porque el hockey me hizo un regalo que fue al mismo tiempo lo más grande y la mayor putada. Me enseñó lo que se siente al llegar a finales. Lo que se siente al ganarlas aunque puede que más, no nos vamos a engañar, al perderlas. Pero sobre todo, por encima de todo me enseñó lo que se siente al saber que eres muy bueno en algo, no el mejor, eso siempre se lo dejé primero a Dios y sus discípulas, de quién algún banquillo tuve el honor de calentar. Pero esa sensación de poder que te da el saber que eres bueno y el qué que hagas un mal partido o una cagada no te lo pueda quitar, eso es como fuego por dentro. Es mágico. 

El problema viene cuando sales de eso, cuando te conviertes en un ser humano normal y corriente, en uno más… Cuando ya no eres grande y ese fuego que nadie ve se ha extinguido. Es entonces cuando buscas, buscas con muchas fuerzas y en todos lados algo que te devuelva ese poder, pero no siempre se es bueno en más de una cosa… 

Yo abandoné algo que me proporcionaba esa satisfacción, y desde entonces he intentado llenar ese vacío con lo que fuese, adrenalina, frikismo, lo que fuese… La escalada, el surf, el dadá, el diseño de muebles, y últimamente el triatlón. Todas esas actividades me apasionan, me aportan algo que no tenía antes de practicarlas, pero no son capaces de llenar ese vacío. Sé que el triatlón jamás me hará volver a sentir aquello, por mucho que entrene todos los días y aunque me lo tomase muy en serio, en serio de verdad, como era el hockey en su momento, nunca llegaré a sentir aquello. Porque no soy rápida corriendo, ni nadando, ni en bici, y aunque si es verdad que aún tengo mucho margen de mejora, no seré capaz de cambiar mis genes, porque durante 21 años entrené a mi cuerpo a tener velocidad de reacción y reflejos y movilidad de pies, no lo moldeé para ser veloz corriendo, ni nadando, ni resistente a la fatiga y hoy ya es muy tarde. Cada fruto requiere mucho más esfuerzo, es casi imperceptible, y lo peor es que a mí esos segundos arrancados al crono, me saben a muy poco, porque yo ya sé lo que hay al otro lado y nunca me caractericé por conformista. Frustración, mucha frustración. No por el triatlón, sabía a lo que me enfrentaba cuando me metí en este fregao, no, más bien porque siento que ahora me pasaré la vida buscando algo que no sé si seré capaz de encontrar de nuevo, la excelencia.