domingo, 27 de septiembre de 2015

Uno de esos días, días de mierda.



Llevo tanto tiempo aletargada por mi propia cotidianidad que cuando me asalta uno de esos días, uno de esos en los que lo único que quiero es llorar y esconderme, me medio alegro, al menos al principio, porque quiere decir que no soy tan inhumana como últimamente parece, que también tengo derecho a sentir… Pero luego esa realización ya no es suficiente y me hundo… Me regodeo en mi miseria, en el rincón más luminoso de mi casa, que es al mismo tiempo el más oscuro…


¿Y si estoy tomando decisiones por las razones equivocadas?, ¿y si no pensar demasiado no era tan buena idea como yo pensaba cuando tomé aquella decisión?, ¿y si cuando renuncie a rayarme por lo que los demás pensasen de mí, y sobre todo, por lo que pudiesen esperar, no era el camino adecuado? ¿Y si debiese volver al camino recto, a la absurda normalidad de aspirar poco y conformarme con menos? Cuando lo que quiero, en realidad es un poco de amor, algo más allá del propio, que de ese me sobra. Quiero mimos y cariño, de alguien que no sea mi padre, quien por cierto hace un tiempo que ha dejado de ser mi superhéroe, no sé si porque cree que ya no lo necesito, igual en algún torpe intento de querer ser una mujer fuerte e independiente le mandé señales equivocadas o simplemente se ha olvidado de serlo… 


Sé que soy fuerte; que también esto pasará; pero por una vez quiero no tener que ser yo quien recoja mis propios pedazos, porque aunque ya sé cómo me monto, hace ya tiempo que dejó de ser divertido. Lo mismo que pasa con las Billy de IKEA. Quiero no ser tan rápida ensamblándome de nuevo. Tan rápida que nadie se dé cuenta que estoy rota, tarada… Quiero que mis mil y una contradicciones se esparzan en el suelo durante horas y que por una vez el mundo sea testigo de mi fragilidad, de mis imperfecciones más profundas, las oscuras que a veces yo ya no sé, porque de guardarlas tan bien se me han olvidado. Necesito que el mundo por una vez me trate como al rival más débil y por debajo de la mesa me eche una mano en esto de vivir. Ser huevito un par de jugadas o tener algo de ventaja. Necesito algo que no sé nombrar, o a lo que me aterroriza ponerle un nombre… Y aun así, aquí sigo queriendo no crecer, queriendo recuperar la pasión de ser joven y, aunque nunca quise cambiar el mundo, si quise aprenderlo todo… Abarcar la luna. Pero los ensayos siempre se me han atragantado a un tercio del final y nunca llego a  las conclusiones del autor… Con lo que no hago más que potenciar mi imperfección y esconderme tras una mirada de fingida frivolidad y verdades a medias.



Soy un fraude. I AM A MESS.



Finalmente todo queda en un millón de lamentos y autocompasiones regadas de lágrimas amargas en posición fetal en un rincón. Todo aderezado con Damien Rice en bucle para darle una dimensión más profunda, si cabe, al tema de llorar. Para que luego todo, poco a poco, vuelva a su lugar, al mismo mar de dudas de hace unas horas, pero con la integridad recuperada y con sólo un intenso dolor de cabeza de la resaca de tocar fondo. De aquí en adelante todo vuelve a ser constructivo, aunque no sirva para nada. Porque la única verdad es que no todo ha de servir a un propósito mayor. Hay días de mierda que no te hacen más fuerte, ni más grande, sólo están y hay que aprender a vivirlos de la manera menos dañina posible e intentar que duren poco. Un millón de litros de té, una consistente cena y un gusto un poco menos masoquista a la hora de escoger la música. Acabar de recoger las últimas piezas que todavía están desperdigadas por ahí. Ya mañana con la frescura del alba me encargare de asegurarlas con pegamento extrafuerte, del que si te descuidas te pega los dedos entre sí. Mantendré lo más alejado posible en disolvente, lo prometo.




No hay comentarios:

Publicar un comentario