domingo, 28 de diciembre de 2014

Mamá, yo tambien quiero quedarme en Espana

Esta mañana he leído el artículo de El País  Mamá quiero quedarme en España, al leer el titular me he sentido identificada de inmediato. Y aunque el artículo habla de una situación que de primeras no me representa en absoluto, al llegar al final me he seguido sintiendo identificada. Porque al final lo importante es ¿quién quiere tener que verse obligado a abandonar el país de origen o el país en que tienes tu vida, te haya visto o no nacer en él?

Hace años pensaba que todo aquel joven que no tenía una urgencia por abandonar el nido y buscarse la vida en países lejanos en pos de una experiencia que no se encuentra en las aulas de las universidades, era un cerrado de mente. Que la juventud es el momento de viajar, cuando las ataduras a cualquier cosa son más laxas y las experiencias dejan marcas más profundas. Eso lo pensaba mi yo de 17 años cuando la crisis era una realidad de la que yo poco/nada entendía. Después, al tiempo que luchaba con la sobrecarga de trabajo a la que se enfrenta cualquier estudiante de arquitectura, la situación  iba cobrando una forma más intimidante para mí y todos mis compañeros de clase, y  generación: si quieres trabajar cuando te gradúes, TIENES que irte. Ya no existía la diferencia entre las distancias focales de los jóvenes, ya no era una decisión el probar cosas nuevas, eso que a mí me parecía refrescante, aventurero se ha convertido en una obligación. Hoy escribo esto desde la ciudad que ha sido mi casa durante año y medio. Admito que más de la mitad de este tiempo ha sido en régimen de estudiante de intercambio, tiempo durante el cual es muy difícil ser consciente de la verdadera dimensión del ser un expatriado obligado. Sin embargo llevo 9 meses trabajando en un despacho en el que no me explotan, en el que valoran mi trabajo, en el que da gusto ir porque la gente es encantadora y no esta quemada por la situación ni por la responsabilidad que implica tener un trabajo porque "con la que está cayendo" y es genial. Pero no os engañéis, que profesionalmente sea un soplo de aire fresco, no lo es todo. Durante mi ausencia, mi madre ha cumplido una cifra redonda que no se dice en público porque es una dama, pero de las que se celebran a lo grande, y ha alcanzado una veintena de años en una de las empresas más importantes del mundo; mi hermano se ha graduado con honores de un master internacional, y va a ser padre;  y yo no he podido celebrar ninguno de dichos acontecimientos porque estoy a 6000 km de distancia y a 7 horas de desfase horario. También he pasado mis primeras navidades lejos de casa y aunque juntamos una mesa de gente excepcional, cocinamos comida de fiesta, hicimos polvorones caseros, no se sintió como navidad, si no como un sábado más en el que nos reunimos un grupo de amigos a la mesa, eso sí con más dulces de almendras y un par de sobres de jamón.

Mi experiencia en la lejanía acaba en menos de un mes, vuelvo para acabar la carrera. Estos meses no han sido más que un paréntesis, una píldora de vida real. Una experiencia que no cambio por nada, pero en la que me he dado cuenta, no solo de la importancia de sentirse valorado profesionalmente y no estar explotado, pero también de que la distancia no es tan fácil como mi yo de 17 años creía y que si aún tengo infinitas ganas de viajar durante algunos años, no me gusta que sea por obligación. Y no os engaño cuando digo “Mamá yo también quiero quedarme en España”, no sé si hoy o mañana, pero sí quiero que mi camino me lleve de vuelta, cerca de mi familia, cerca de mis amigos y que  la opción de decidir cuándo volver sea mía.

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