Quiero querer y que me quieran, soñar vestidos cargados de destellos y
construir universos con proyectos de futuro junto a alguien, y si no pues
también me vale, porque el fondo del mar es tan bueno como la cima de la montaña
y en ambos sitios hay poco oxígeno. Ahora es uno de esos momentos que me gustan
sin gustarme, en los que corretean por mi mente miles de hormigas a las que
normalmente no doy tregua armada con cucal y cianuro, pero que a veces me
ganan, no sé si porque se han acostumbrado tanto a que las quiera matar que ya
no se mueren, o que en realidad son más yo, que yo misma. Hoy quiero tocar el
cielo, solo por sentirme más viva que nunca en la caída, y más viva que nunca
en el dolor del machaque postraumático. Levantarme al ritmo que se me sueldan
los huesos, y correr el riesgo de que crezcan mal, deformes, pero adaptados a
mis necesidades, a mis manías, a mis locuras. Ser reflejo de lo que soy,
aunque yo no lo sepa, pero al menos me sentiría transparente. Imagina que los
demás sepan cómo eres, sin que puedas saberlo tú, que todo sea un secreto a
voces, y que todos podamos esconder la cabeza en el suelo, bajo a tierra, a 50km
de la corteza, e imaginarnos que se nos queman las ideas, aunque a esa
distancia aun no está tan caliente la tierra. Saber que de mis manos solo salen
incoherencias, pero que en el fondo no dejan de ser verdades como puños si eres
capaz de graduarte las gafas para leerlas… o no, pero ¿qué más da? Concluir
añadiendo que mi sonrisa es efímera, pero mi buen humor no, ¿o igual era al
revés? Da igual, que yo siempre gano, aunque siempre te deje ganar, porque el
todo y la nada es relativo.
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